viernes, 27 de marzo de 2009

Mallorca

Gracias a la Fundación INTRAS y CONSOLIDER, pudimos conocer las tierras de Nadal. La idea era que Felipe y Carolina asistieran junto a Dios, a una reunión de investigadores en Mallorca, y como se necesitaba una representante, Claudia accedió a acompañarlos. Luego de viajar en tren toda la noche escuchando a unas señoras gallegas hablar hasta de sus técnicas para trapear el piso, tomamos nuestro vuelo al archipiélago Balear. A pesar de lo estupendos que nos vemos en la foto, en el fondo ocultamos el jet lag e insomnio impuesto a la fuerza, que nos hicieron bajarnos del avión y comenzar el paseo justo por el lado de la isla donde hay poco que ver: El sur-este, pasando por Cala Pi y Manacor.
Menos mal que después de alimentarnos, nuestras neuronas volvieron a funcionar y nos acordamos que este lado de la isla es famoso por sus cuevas. Así que partimos a las de Artá. Ahí vimos estalactitas (las que salen del techo) y estalagmitas (las que parten desde el suelo) de varios miles de años, pero la más top es una estalagmita de 20 metros que está a punto de alcanzar el techo, pero para eso le faltan varios millones de años.
Luego de esta experiencia casi religiosa, partimos a "Palma", la capital de Mallorca (no confundir con "Las Palmas" de Canarias, error frecuente pero imperdonable para los mallorquines), donde recorrimos la Plaza Mayor, que la verdad, no tiene mucha gracia. Debe ser porque acá no se sienten muy españoles, así que este símbolo de la cultura ibérica no les parece muy atractivo.
También dimos un par de vueltas por la Catedral de Mallorca o La Seu, como se le conoce popularmente, un mastodonte ubicado estratégicamente en plena costanera, construido entre 1229 y 1601, aunque se sigue restaurando hasta ahora... De hecho, una de las reformas más conocidas es la realizada por Gaudí en el año 1904. Se le conoce como la Catedral del Mar (por lo cerca que está del océano), de la Luz (proyectada con 87 ventanales y 7 rosetones) y del Espacio (por ser la catedral gótica que, con menos piedra, alberga más espacio). Ojo que es la segunda catedral gótica más alta del mundo!
Después de la visita obligada al principal edificio religioso de la isla, nuestros cuerpos rogaban por algo de comer y encontramos un bar que nos pareció bastante interesante, la Bodega de Bellver. Sin saberlo, estábamos entrando al verdadero mundo mallorquín, un lugar atendido por su propio dueño, quien se las arreglaba para preparar la comida, cobrar, servir las mesas y regalar cigarros.
Ahí pudimos degustar un pan parecido a la marraqueta y conocer a Tony y María, una pareja de mallorquines amantes de su tierra y fanáticos de cada pedazo de la isla, quienes accedieron a hablar en español para comunicarnos que estábamos en el lugar más hermoso del Universo. De hecho, Tony nos comentó su teoría respecto a que el centro de la tierra se encuentra justamente en Mallorca e intentó demostrarlo gráficamente.
Nuestro segundo día en la isla estuvo guiado por las recomendaciones de nuestros fánaticos amigos. La meta era recorrer el Noreste, pasando por la Tramontana hasta llegar a Pollenca. Y en el camino, ir disfrutando de las maravillas de este edén terrenal.
Así, la primera parada fue Valldemossa, un pequeño pero famoso pueblo cercano al mar, que con casitas de piedra y paja, y calles empinadas, logra atraer a lo más granado del jet set mundial. Sólo así se explica que Michael Douglas se haya arriesgado a instalar un museo sobre la cultura de la isla... lamentablemente parece que no le ha ido muy bien porque tenía colgado un cartel de "SE VENDE" en la puerta.
Continuando nuestro tradicional tour gastronómico, tuvimos que sacrificarnos y degustar las empanadillas mallorquinas, de carne de cerdo con guisantes, que resultaron bastante buenas, aunque las de pino le pegan mil patadas.

Con la panza llega, ya podíamos comenzar la ruta por la Tramontana, camino que nos llevaría a las mayores alturas de la isla y donde podríamos descubrir la montaña con la que nuestra ermitaña compañera de viaje sueña para vivir.
Aquí aprovechamos de parar en cada mirador para apreciar los acantilados, el cielo, el mar...
También pudimos apreciar curiosidades como este cenicero en la mitad de la nada (aunque este está en la Tramontana).
Y creernos fotógrafos profesionales con estos paisajes dignos de presentación de power point con motivos religiosos.
Lamentablemente llegamos al faro de Formentor demasiado tarde, por lo que no nos quedó otra que terminar nuestro día en Pollenca, participando de una feria típica del lugar. Ahí conocimos la "cortesía" Balear, gracias a una "amable" viejecilla vendedora de juguetes para niños, que en perfecto mallorquín no ladró algo así como "¡si no van a comprar no miren!". Intentamos hacernos los desentendidos explicándole que no comprendíamos ese idioma y plantándole la mejor de las sonrisas de turistas desorientados... pero ella tirando humo por las orejas y sin ceder volvió a rugir: "entienden perfectamente lo que digo, así que dejen de mirar". Ante tanta buena onda, nos fuimos a ahogar las penas en un puesto de aceitunas, poniendo cara de gato en la carnicería para que nos dieran a probar alguno de los miles de tipos existentes. Luego, con nuestro medio kilo de aceitunas aragonesas soñábamos con ir a escupirle los cuescos a nuestra "amiga" de los juguetes... Pero, conociéndola, era demasiado el riesgo.
En el tercer día en Mallorca no podía faltar un paseo por la playa en Ses Covetes, y a pesar que la lluvia había amenazado con aparecer durante todos los días anteriores, esta vez, el sol decidió salir para dejar que Felipe tomara algunos rayos y pudiera abastecerse de vitamina D.
Pero como todo buen momento tiene su fin, repentinamente llamó Dios para recordarnos que a Mallorca habíamos venido a trabajar, así que tuvimos que olvidar la arena, el sol y el mar, para comenzar a hacer las tareas alrededor de una deliciosa ensaimada.

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