lunes, 26 de noviembre de 2007

Como si fueramos Amsterdaneses

En nuestro recorrido de día pasamos por el Molino de Viento De Gooyer, que queda en el límite de la ciudad antigua. Este molino es una de las pocas muestras que quedan del típico Molino de viento Holandés, porque la verdad, es que no se han preocupado mucho de mantenerlos.
De ahí aprovechando nuestro nuevo medio de transporte, nos fuimos al Oesterpark, un parque alargado con río... seguimos imaginándolo en verano.También pasamos por el museo Nemo, como el MIM pero holandés... no entramos pero la vista la llevaba
Junto al Nemo se encuentra El Amterdam, un velero insignia de la Dutch East India Company, o sea la compañía holandesa de comercio. Este velerito lo usaban para comerciar con Asia en el sXVII, cuando Amsterdam era el centro comercial de Europa con las Indias y hasta con América.

En el Amsterdam se puede visitar todo, desde las letrinas y camarotes, hasta las bodegas, incluso uno se puede servir una cena en el comedor del capitán.

Luego del Amsterdam pedaleamos a través del Barrio Jordaan, menos turístico pero igual de típico, hasta llegar al Vondelpark, uno de los parques más grandes de Amsterdam, nuevamente lleno de árboles, museos y su río.

El Vondelpark queda entre la nueva y la vieja ciudad, por lo que es un pasadizo que se utiliza habitualmente. Hay horas en que está lleno de madres y padres que recogen a sus hijos del colegio (obviamente en bici), oficinistas que van a almorzar a sus casa (en bici) o turistas (que han arrendado una bici).

De ahí, volvimos al centro de la ciudad. Recorrimos una y otra vez las calles circulares de Amsterdam. Se nos acababa el tiempo de las bicis y queríamos pasear todo lo que se pudiese. Cuando finalmente devolvimos nuestras queridas cletas, consideramos que era apropiado premiarnos con un Berlín en Amsterdam. Esto, porque habíamos visto carritos en las calles, bastante concurridos, donde la gente pasaba a comprar su merienda diaria, y como ya nos sentíamos unos Holandeses cualquiera, qué mejor que seguir la tradición del Berlín... Lo único, es que hay que aprender a comerlos sin respirar para no espolvorearse la ropa con azúcar flor (ahí mostramos la hilacha). En todo caso, la parka con azúcar valió la pena porque eran demasiado ricos.

También aprovechamos de visitar la loca Leidseplein por la noche. A esa hora se entiende lo famosa que es esa plaza. Cantantes, actores, raperos, un tenista, malabaristas y unos chilenos que se creían amsterdaneses y andaban con el poto adolorido por el sillín de la bici. Antes habíamos visto una pista de patinaje sobre hielo, pero o estaba vacía o llena de niños. Sin embargo, a esta hora estaban los bacanes.

Obviamente, nosotros teníamos que estar allí, y sin saber una gota de patinaje en esta superficie, nos lanzamos al ruedo. A algunos nos costó 30 segundos, a otros, 15 minutos... pero fuimos las estrellas. Si no fuera por un Amsterdanés antisocial y malandra, la Claudia no habría probado el sabor del hielo. Ojo que después, él se juraba amigo de Felipe a pesar de que cuando botó a la Claudia, Felipe le mostró la cortante y lo dejó cayeuqui. En fin, progresamos tanto que incluso terminamos haciendo carreras, aunque había dos locos que se deslizaban de una manera impresionante!!

La despedida ya se acercaba y volvimos a nuestro bar, tratamos con Molen Tropel y Timmerman, pero volvimos a la grandiosa Pijtje para finalizar con la gloriosa Bush Ambar, una chela belga con sabor a coñac y 12°, que hace algunos años era la mejor del mundo... (esta si se encuentra en el jumbo)
Volvimos a nuestro hostal y pensamos que pasaríamos la noche solos, pero cuando ya estábamos durmiendo, llegó uno y luego otro compañero de cuarto. Uno preguntando, la otra roncando y hablando dormida... se cumplieron los mitos de la pieza compartida... pero ya daba lo mismo...

¡Amsterdam fue nuestra!
Esperamos volver en Verano

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