




De la Casa de Ana Frank, ninguno de los dos recordaba muchos detalles del libro. Nos imaginábamos a la familia encerrada detrás de un clóset, apretados y oscuros. Pero no era tan así.... menos mal que las 8 personas que estuvieron más 2 años escondidos, tuvieron algo de tiempo para preparar el lugar, habilitar un par de piezas, una especie de cocina y un baño. Igual, esto no quita que la cuestión fue bien terrible y que Ana era una cabra bien talentosa, que murió en un campo de concentración sólo unas semanas antes que el lugar fuera liberado por los ingleses. Sólo su padre sobrevivió de los ocho que estaban escondidos... alguien los delató, todavía nos se sabe quién... sapos siempre ha habido y los habrá.Al terminar la visita al Museo, descubrimos que por estos días la última moda en términos turísticos es algo así como una "Videopostal". La idea es que en los lugares de interés se instalan computadores para que los turistas puedan mandar vídeos y así sacarles pica a los amigos. Pero como no recordábamos los correos de casi nadie, nos mandamos el vídeo a nosotros mismos... Se nota a la legua como nos quieren las cámaras (aunque no los micrófonos, que sólo grabaron un shhhhhh).
También pudimos dejar una hoja en el árbol virtual que reemplazará al derribado, una buena opción para perpetuar el árbol, aunque los vecinos de la casa de los Frank no estaban muy de acuerdo con la tala: ponían letreros que decían que el vegetal estaba sanito...
Esta es una foto desde la puerta del Museo de Ana Frank, donde se ve el correspondiente canal y una de sus casas flotantes. Esta es de las más turísticas, pero hay otras personas que viven en barcos bastante chicos y a punto de hundirse. Existen miles de casas en los canales de Amsterdam, como el 80% ilegales, por lo que no tienen agua, luz ni alcantarillado.
Aquí otra foto de los canales, los puentes, las calles, las casas... es que no somos capaces de seleccionar las mejores
¡NOS GUSTAN TODAS!
De ahí, nos perdimos otro rato por las calles hasta que llegamos a un estacionamiento de bicicletas cercano a la Station Centraal que no pudimos dejar de fotografiar (tres pisos only for bikes). No sabemos si la gente logra ubicar la bici que estacionó o si la deja ahí y luego se lleva cualquiera, porque nos parece imposible lograr ubicar tu bici en esas condiciones... Tal vez por eso, algunos acostumbran enchular la bici, con pasto sintético en la parrilla, canastitos con flores, colores diferentes, etc.
Ojo que acá no se lleva la Mountain Bike ni nada muy parafernálico, sino que usan una especie de mediapista o algo parecido, con asiento durísimo e, imprescindible, bocina del tipo timbre. La sencillez de las bicis debe ser porque se las roban a cada rato, se caen a los canales o quizás porque la gente olvida dónde las estacionan. De hecho, encontramos miles de bicicletas medias oxidadas, amarradas a algún poste hace años y con claros signos de abandono... Y lo del timbre, es imprescindible porque entre el caos de bicicletas, tranvías, autos, metro (que pasa por las calles) y turistas perdidos mirando para cualquier lado y otros volando, es inevitable andar haciendo sonar la bocina cada media cuadra.
Luego de tanta caminata, decidimos pasar por el Rock café, a tomarnos unas cervezas entre guitarras de famosos colgadas en las paredes (Sambora, Frehley, Young, Richards...), y así reponernos del largo día de paseo. No era muy tarde, pero estábamos muertos y como allá se oscurece temprano, teníamos la sensación de andar carreteando... sólo que eran las 5 de la tarde.
Ya repuestos, pensamos que era buen momento para nuestro primer encuentro con el Barrio Rojo o De Wallen. Recorrimos sus calles y nos paseamos entre prostitutas en vitrinas y promociones de marihuana en cada esquina, olor a pito por donde fuera y policías haciendo su ronda... todo sin contradicciones. Aunque suene raro, igual había traficas entremedio del museo del hachis, del erotismo y el sexo (que no valen la pena).
Sobre los Coffee Shop, resultan bastante pegados (onda punchi-punchi- ashiii) y la mayoría sin posibilidad de comprarse un copete adentro (sirven café, té especiales y jugos naturales). Además, se nota que los que acostumbran a visitar estos sitios son puros turistas, que con su tarjeta thc-VIP colgada al cuello, recorren diferentes locales y no se la sacan ni pá ir al museo (ashiii!!). El buen Amsterdanés compra su cuete y se va rapidito... en bici.
Algo más entretenidas son las tiendas de drogas inteligentes y sus accesorios asociados, donde es posible encontrar diferentes tipos de hongos, cactos, pipas y hasta unos tanques de oxígeno (se supone que vaporizan las drogas para potenciar su efecto... ¡pá que más!). Estas drogas inteligentes son las naturales, las que son legales allí (Sn. Pedro, Peyote, Ayahuasca, Marihuana, setas, hongos...)
La idea de esta tolerancia (OJO ¡¡No es legal fumar en la calle ni tampoco las drogas duras!!), es que si se permiten las drogas blandas se limita el consumo de las más fuertes... lo que lleva a que las drogas blandas sean... Uffff!!!
Sobre las trabajadoras sexuales, esperábamos más espectacularidad en sus performances, cuerpos esculpidos, vitrinas encandilantes y un ambiente más glamoroso. En cambio, nos encontramos con unos cubículos enanos, iluminados como pieza de revelado de fotos, con instalaciones tipo camilla depilatoria, y unas servidoras con bastantes kilos y años de más (¿muy exigentes?). ¡¡Onda: cierran la cortina y a darle!!
Nos imaginamos que en otros horarios la cosa podría verse mejor, así que dejamos establecido en nuestro itinerario de los próximos días, visitar el Barrio Rojo en la mañana, el mediodía, la tarde y la noche....todo para un estudio detallado por supuesto, nada de andar copuchenteando. 
Los Cisnes y putas del Barrio Rojo






Bueno, al final, y como de costumbre, seguimos caminando, perdiéndonos por las calles, llegando de pronto y sin proponérnoslo a los puentes levadizos, el Barrio Rojo, la Plaza Dam... Y como andábamos de paseo, nos las dimos de fotografos (sorry Gio) y tratamos de darle a la arquitectura, el canal y la bici 



Luego del paseo en bote, quisimos volver a algunos de los lugares visitados, pero a pie. Lo malo es que, como ya deberíamos haber aprendido, ubicarse en esta ciudad no era tan fácil, así que nos pasamos horas caminando para encontrar una feria libre que nos había parecido interesante desde el canal, pero que al llegar descubrimos que no valía tanto la pena... Igual, no nos podemos quejar de perdernos en las calles de Amsterdam!. 
En fin, el Hortus Botanicus Amsterdam es el jardín botánico de la ciudad, fundado en 1638, por lo que es uno de los más antiguos del mundo. La idea inicial era un Hortus Medicus o jardín de hierbas medicinales, pero en la actualidad es un museo viviente, con más de 6.000 especies de plantas.
Para estar aquí, las plantas deben cumplir con exigientes requisitos, como ser de procedencia salvaje, haber sido recogidas en un entorno natural y contar con los datos del sitio donde se han encontrado.
Lo más impresionante del Hortus es el invernadero de los tres climas, con una zona tropical, una subtropical y una desértica, donde conocimos la Welwitschia mirabilis, una planta del desierto de Namibia que puede vivir más de 2.000 años y durante todo ese tiempo sólo produce dos hojas. Estas hojas se van enrollando a lo largo de sus veinte siglos de vida, formando dos moños...

Y qué mejor que darse una vuelta por la Plaza Dam cuando ya no quedan ni palomas... (Ojo que en la mañana descubrimos que las palomas no se comen el borde del pan de molde que les dejan ¿Será un cosa de las palomas primer mundistas, de las holandesas o de toda la familia Columbidae?)
O por el Barrio Nieuwmarkt, un antiguo barrio judio, y la casa de Waad, una antigua puerta de la ciudad medieval.
Tanto pedaleo nos dio sed, y por casualidades de la vida entramos a un Bar a pasos del hostal que bautizamos como El paraíso de la Chela o Leeuw Bier como realmente se llama. Es un bar familiar que lo atiende el padre, el hijo o el otro hijo, donde se puede encontrar toda esta carta de cervezas, algunas de ellas con 12° de alcohol... (O sea la báltica... puáj!!). Buscamos la escudo, la única-grande-nuestra y ná... la más conocida era la "Coronita".
Con tanta energía en el cuerpo nos dieron ganas de conocer la oscura noche del Amstel.
Y no faltó el hermano que nos avivó la cueca...
La cosa es que terminamos paseando por el Red District de noche y en bici, uno manejaba y el otro sapeaba desde atrás, menos mal que no nos hicieron la alcoholemia. ¡Quién se la hace!





De ahí, volvimos al centro de la ciudad. Recorrimos una y otra vez las calles circulares de Amsterdam. Se nos acababa el tiempo de las bicis y queríamos pasear todo lo que se pudiese.
Cuando finalmente devolvimos nuestras queridas cletas, consideramos que era apropiado premiarnos con un Berlín en Amsterdam. Esto, porque habíamos visto carritos en las calles, bastante concurridos, donde la gente pasaba a comprar su merienda diaria, y como ya nos sentíamos unos Holandeses cualquiera, qué mejor que seguir la tradición del Berlín... Lo único, es que hay que aprender a comerlos sin respirar para no espolvorearse la ropa con azúcar flor (ahí mostramos la hilacha). En todo caso, la parka con azúcar valió la pena porque eran demasiado ricos. 



